RKizitoS - Esclavitud y deuda externa
Renato Kizito Sesana.
Mundo Negro
¿Quién debería pagar?.
¿Y a quién?.
Perdonando la deuda externa, ¿se compensa la trata de negros?.
Un tema inevitable del próximo Foro Social Mundial, que se celebra en Nairobi (Kenia) a finales de enero 2007, será el de la indemnización a África por el crimen de la esclavitud. Es una cuestión que se viene debatiendo en los últimos años, especialmente por grupos de afroamericanos.
En el centro de la carretera de doble sentido que va de Ndola a Kitwe, en Zambia, hay un árbol muy alto y muy antiguo; incluso el viajero mas distraído se da cuenta inmediatamente de que los constructores hicieron lo inverosímil para no cortarlo. Si miramos un mapa, nos damos cuenta de que ese árbol es casi equidistante del Océano Índico y del Atlántico. Pero no es ésta la razón por la que el majestuoso árbol no fue cortado al construirse la carretera en los primeros años de la independencia de Zambia. Tampoco porque fuese considerado ‘sagrado’ por la gente local.
Las razones son unos anillos de hierro oxidado que están enrollados a su tronco. Resulta que en la segunda mitad del ochocientos ese sitio era un lugar de descanso para los esclavos y donde eran encadenados. Probablemente, eran esclavos que se dirigían hacia Bagamoyo, en la costa oriental de África, y de allí hacia los mercados árabes.
Para confirmarlo, hasta hace dos o tres décadas, en Ndola se encontraba una presencia suahili, descendientes directos de esclavos, árabes y negros, quienes desde aquí tenían una base “comercial” y alimentaban las caravanas que viajaban hacia la costa oriental.
Este árbol es un símbolo importante, no sólo porque nos recuerda el sufrimiento de las víctimas de la esclavitud –que, por extensión geográfica y temporal y por el número de víctimas, fue el mayor crimen contra la humanidad–, sino, sobre todo, por la complejidad de este fenómeno.
Traficantes y colaboracionistas
La esclavitud devastó a toda África. Desde el principio del ochocientos las poblaciones costeras no bastaban para satisfacer la demanda y los negreros penetraron hasta los lugares más remotos del continente. No hay pueblo africano que no haya estado “tocado” por este fenómeno, que no haya padecido o causado migraciones de pueblos vecinos, al intentar escapar de la caza del hombre que cada vez se alejaba más de las costas.
El mundo árabe es corresponsable, junto a los europeos, de esta tragedia. La medida de responsabilidad no se puede definir fácilmente, pero tampoco se puede dejar de lado, como demuestran estudios recientes.
La práctica de la esclavitud tuvo cómplices locales. Siempre hubo africanos, jefes, comerciantes o soldados y guardias que colaboraron con los esclavistas, se aprovecharon y no tuvieron ningún pudor en vender a sus hermanos.
Esta responsabilidad es menor que la de europeos y árabes. No se pueden poner en el mismo platillo de la balanza a quienes organizaron y armaron el infernal mecanismo que exportaba a los esclavos y los ejecutores locales, comprados o amenazados. Traidores y colaboracionistas ha habido siempre, en todas las latitudes. Incluso en los campos nazis de concentración hubo oportunistas que sobrevivieron como carceleros o torturadores de sus compañeros de desventura.
Víctimas y verdugos
La complejidad y la extensión del fenómeno hacen el discurso sobre la reparación –especialmente la monetaria– algo muy delicado. El primer problema es: ¿quién paga? Cuando, por ejemplo, se exigió que el Estado alemán indemnizase a los supervivientes de los campos de exterminio, los dos grupos se podían identificar con claridad: víctimas o hijos de víctimas y verdugos todavía vivos.
En el caso de los esclavos no sucede eso. Quien reclama ahora las indemnizaciones ¿es descendiente de las víctimas o de los colaboradores? Quienes deberían pagar ¿son descendientes de los verdugos o de otras víctimas?.
Pondré un sencillo ejemplo personal: mi familia vivía en una de las primeras áreas industrializadas del norte de Italia. Mi abuela –me lo dijo ella misma– fue obligada a trabajar en las fábricas de seda cuando todavía no había cumplido los cinco años, y se acordaba de que su abuela había hecho lo mismo.
Hubo un proletariado europeo que, cuando las grandes familias se hacían ricas robando en el Sur del mundo y con el comercio de los esclavos, fue tan explotado y esclavizado como los esclavos; no tuvo ninguna responsabilidad en el fenómeno de la esclavitud. Los descendientes de la rica burguesía del ochocientos ¿no deberían indemnizar a los ‘esclavos’ de la revolución industrial?.
Hay un límite que no se puede cruzar retrotrayéndose en la historia atribuyendo responsabilidades monetarias específicas. Sobre todo porque la mentalidad y las leyes cambian y no se pueden aplicar retroactivamente. Si ahora una niña en Italia fuese esclavizada como lo fue mi abuela, el patrón iría a la cárcel. Y si, por ejemplo, los pueblos autóctonos de Norteamérica pueden y deben exigir sus propios derechos a través de una acción política, no por eso es pensable que puedan obtener una indemnización por orden judicial.
Es un principio fundamental el de que los hijos no puedan ser responsables de las culpas de sus padres. Personalmente, no creo que pueda citar ante un tribunal a quien esclavizó a un antepasado mío, a la vez nadie puede considerarme responsable, ni como individuo ni solidariamente, con las familias de mi aldea que estuvieron implicadas y fueron responsables de la trata de esclavos.
¿Quién se beneficiaría de la restitución? ¿Los descendientes de los mercaderes suahili deberían pagar a personajes como Kenneth Kaunda y Frederick Chiluba en Zambia? Son dirigentes que han devastado su propio país, robando todo lo que caía en sus manos. ¿Daniel arap Moi en Kenia? ¿Mobutu y Kabila en la República Democrática de Congo? Y si Europa pagase hoy una reparación monetaria a Nigeria o a Costa de Marfíl, ¿a qué manos iría?.
Si el discurso se reduce a una simple indemnización monetaria, nos empantanaríamos en una ciénaga donde todos son víctimas y verdugos. Por tanto, como han afirmado algunas prominentes personalidades africanas, la indemnización se convierte en una trampa, perpetuando en los africanos la mentalidad de ser eternas víctimas.
Es mucho más importante para África conocer, amar, aceptar su propia historia y ponerse en marcha de nuevo con dignidad. Como ha dicho Abdoulaye Wade, presidente de Senegal, uno de los países más devastados por la trata de esclavos: “Personalmente, me sentiría ofendido si sólo me pidieran cuánto deben darme para olvidar la esclavitud”.
El problema es moral
Europa –y, por qué no, las Iglesias cristianas que tuvieron alguna responsabilidad– debe reconocer que fue un pecado gravísimo. Debe pedir perdón, como hizo el Papa Juan Pablo II en Gorea (Senegal), mirando al mar desde la Puerta del no retorno, desde donde se embarcaban los esclavos africanos que iban a América. La reparación no puede ser simplemente monetaria. Desde el momento en que se asocia a un aspecto económico pierde toda su fuerza.
Es también un error unir demasiado estrechamente el problema de la remisión de la deuda externa actual de muchos países africanos a la reparación por la esclavitud, como si una pudiese cancelar la otra. No, la esclavitud no debería olvidarse jamás, y no se la debe vincular al problema de la deuda internacional.
Esta deuda debe cancelarse inmediatamente, porque es injusta e infame, no por otras razones. Y los africanos de ahora tienen la posibilidad y capacidad de exigirlo inmediatamente; no deben esperar a que sus descendientes pidan una indemnización.
En cuanto a la esclavitud, el único camino que se puede recorrer es el del perdón. Un perdón pleno, que nace del corazón de las personas que han entendido e interiorizado su historia, los terribles sufrimientos que esconden, y hacen de ello no una razón de inferioridad o de victimismo, sino de grandeza y superación. No, el perdón no es fácil. Pero es el único camino digno y el más liberador que los africanos pueden recorrer en este momento de su historia.
¿Quién podría tener la autoridad moral de perdonar a Occidente y al mundo árabe en nombre de toda África? Buscar la respuesta a esta pregunta es también una forma de incorporarse al camino de un nuevo nacimiento y de la responsabilidad.
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