Con motivo de la celebración de los 450 años de Calasanz.
Presidente de la Conferencia Episcopal de España
Barbastro (Huesca), Domingo, 21 de octubre de 2007
El poeta alemán Goethe escribió que “el instante es un resplandor de toda la eternidad”; de modo semejante podemos afirmar que un rincón de la tierra es como un escorzo en que se condensa la anchura del mundo. En Peralta de la Sal (diócesis de Barbastro), al día 31 de julio de 1558, en este cruce de coordenadas espacio-temporales, vio la luz José de Calasanz, destinado según la providencia de Dios que él siguió confiadamente a poner en marcha una obra universal, hoy presente en cuatro continentes, cuya andadura tiene un recorrido de siglos. Porque el Hijo de Dios se hizo carne en las entrañas virginales de María, porque el Absoluto nació como un niño en un lugar y tiempo concretos, los cristianos tenemos un sentido particular para apreciar la trascendencia de la historia y de cada acontecimiento histórico. Una persona situada en un contexto determinado es espejo de la humanidad (M. Delibes); en un rostro desfigurado podemos ver al mismo Jesucristo. Las generalizaciones no pueden desconocer lo singular con su valor propio.
Estamos celebrando los 450 años del nacimiento de san José de Calasanz, padre y fundador de la Orden escolapia y además inspirador y protector especial de otras diez congregaciones religiosas de varones y mujeres; iniciador de un movimiento de reforma en la Iglesia y la sociedad a través de la educación en la escuela de niños pobres; fue pionero de la escuela popular y gratuita; y preparó desde la lejanía temporal el reconocimiento del derecho de los niños a “recibir educación gratuita y obligatoria” (Carta de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Niños aprobada el 20 de noviembre de 1959). Del surco abierto en la Iglesia por san José de Calasanz nos beneficiamos todos.
En esta oportunidad quiero agradecer la prolongada presencia y fecunda actividad, sobre todo en el campo de la educación, de los escolapios en mi diócesis de Bilbao. Agradezco la invitación que se me hizo hace algún tiempo para presidir en cuanto Presidente de la Conferencia Episcopal Española esta celebración; pude entonces aceptarla y manifiesto mi satisfacción porque hoy cumplo el compromiso gozosamente contraído. Expreso mi estima por la Orden de las Escuelas Pías, participando en el Año Jubilar Calasancio. Celebramos hoy el nacimiento de una persona agraciada con un carisma, que ha alcanzado una amplia difusión y ha producido y continúa produciendo abundantes frutos.
Unas efemérides como las que celebramos nos invitan a mirar hacia el pasado para ejercitar la gratitud abriendo nuestro espíritu a sus enseñanzas, a contemplar el presente acogiendo la gracia otorgada dispuestos a asumir sus desafíos, y a otear el futuro uniendo fidelidad y creatividad, confianza y atrevimiento. Queridos hermanos escolapios, vosotros sois portadores de un carisma que os ha sido transmitido, que habéis recibido, que conserváis con esmero y que estáis llamados a ponerlo al servicio de la Iglesia y de la sociedad en esta hora de la humanidad, donde se abren oportunidades e incertidumbres no sólo nuevas, sino también de unas dimensiones inéditas en otras situaciones históricas. Haced propia cada uno de vosotros la exhortación de Pablo: “Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado” (2 Tim 3,14). Profundizando en las grandes intuiciones de vuestro fundador y atentos a las llamadas del tiempo presente podréis prolongar vitalmente vuestro carisma.
Dentro del dinamismo de la fe cristiana, vivida en la familia y en la parroquia, José percibió pronto que el ministerio sacerdotal era su vocación específica. Como es frecuente en la maduración vocacional, se atravesaron obstáculos sobre todo venidos de la familia en el camino de José, que con decisión y paciencia superaría. Pero cada persona es irrepetible, ¿cuál era la vocación singular, dentro del ministerio presbiteral, que Dios había pensado con amor para José de Calasanz? El discernimiento de esta vocación única resulta en el caso de nuestro santo extraordinariamente significativo. Hay hechos que, vividos por un cristiano abierto a los caminos de Dios, pueden razonablemente ser considerados como señales e indicadores. Una voz reiteradamente escuchada en su interior le decía: Ve a Roma. ¿Qué tengo yo que hacer en Roma?, se respondía a sí mismo dialogando secretamente con esa invitación. “Sal de tu tierra hacia la tierra que yo te mostraré” (cf. Gén 12,1). “Ve a Roma”. Dios de ordinario no revela sus planes de un golpe; se adapta, más bien, al discurrir de la historia y al ritmo del caminar de los hombres. Habiendo contrastado esta misteriosa llamada con su obispo, persona sensible a las sorpresas de Dios que guía la vida de los hombres, se embarcó hacia Roma, hacia donde convocaba la voz. Aunque algo intuyera, un velo ocultaba el futuro, que sólo poco a poco se iría descorriendo. En la vida de los santos, y también de otras personas eminentes, una especie de instinto, oscuros barruntos y secretas atracciones van guiando hacia la meta, hacia la vocación singular.
Estando en Roma va descubriendo José de Calasanz la vocación personalísima que Dios le dirigía a través de acontecimientos que actuaban como signos del sueño de Dios sobre su vida. Dios le llamaba a una misión particular a favor de otras personas, amadas también por El.
El contacto con la pobreza de la ciudad, manifestada de muchas formas, golpeó fuertemente su espíritu: huérfanos, pobres, peregrinos, extranjeros, enfermos, presos, mendigos, sobre todo niños pobres a los que se acercaba con amor y enseñaba el catecismo. «Poco a poco el corazón de Calasanz se iba centrando en la situación de los niños, hijos de esas familias de la Roma pobre y desgraciada, ignorantes en todo y en la mayoría de los casos muy abandonados de sus padres. Calasanz comienza a pensar que quizá fueran ellos el motivo de aquella voz interior oída en España años atrás: “Ve a Roma”»Incluso aquella voz, según personas confidentes de Calasanz, le hablaría de nuevo para decirle: “Mira, mira”. (1) Podemos fundadamente suponer que estos signos, coherentes en la distancia temporal y geográfica, junto con las palabras del salmo 10,14, escuchadas como dirigidas personalmente a él “A ti te he encomendado el pobre, tú serás el amparo del huérfano”, centran su vocación, que le venía rondando sin haberse fijado e identificado todavía. (2) El tomaría sobre sí la responsabilidad de una “paternidad espiritual” de aquellos niños sin familia, que crecían en la calle expuestos a todos los peligros. (3) Había encontrado su vocación con una penetración clara y profunda. Es verdad que sólo al hilo de los acontecimientos se irá concretando, pero el hallazgo básico, la certidumbre fundamental de haber encontrado su vocación personal y el sentido que Dios quería imprimir a su vida, habían tenido lugar. Sabía ya que aquella vocación era su vida.
En contacto con los niños pobres en todo, en familia, educación, conocimiento de Dios, amor y futuro descubre José de Calasanz su singular quehacer, que iría tomando forma y cuerpo hasta llenar su vida y abrir un camino espiritual en la Iglesia, una familia religiosa, la Congregación de los Padres de las Escuelas Pías. (4) José escuchó como contenido de su vida las palabras de Jesús: “Dejad que los niños se acerquen a mí (cf. Mt 19,14). “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí” (Mt 18,5). José se acercó a los niños pobres y éstos así se acercaron a Jesús.
En la Iglesia los pobres deben ocupar un lugar preferente; por ello todo encuentro profundo con ellos es oportunidad de renovación evangélica y puerta abierta a caminos nuevos en la Iglesia. En este taller se forjó la vida y la obra de san José de Calasanz. ¿Por qué los pobres son ámbito de descubrimiento de Jesús y de renovación eclesial? Esta pregunta nos conduce al corazón del Evangelio: El mismo Jesucristo hizo la opción de ser pobre, como expresa san Pablo el misterio del Hijo de Dios hecho hombre: “Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Con esta atinada referencia de orden cristológico profundizó la opción preferencial por los pobres el papa Benedicto XVI en el discurso de apertura de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida (Brasil). Siguiendo a Jesús, aprendemos que la pobreza elegida por el Reino de Dios, que la libertad del dinero por el Evangelio, es un sublime valor; los discípulos son enviados por el mismo Jesús a proclamar el Evangelio sin bolsa ni bastón, es decir, sin apoyarse en la seguridad del dinero ni en el poder de este mundo. La austeridad de vida, la proximidad y solidaridad con los pobres, la confianza en la providencia del Padre celestial que cuida de sus hijos… son rasgos de los discípulos de Jesús, de los cristianos de la primera hora y de la historia posterior. La libertad en relación con el dinero pone un sello de autenticidad evangélica a las acciones apostólicas desarrolladas entre los pobres y los ricos, excluyendo contaminaciones que en lo más generoso se pueden infiltrar.
De esta intuición radicalmente evangélica, verificada y concretada en contacto con la pobreza de las calles de Roma, nace la obra original de san José de Calasanz como escuela para niños pobres, donde la educación humana y cristiana, la educación integral, preparan para afrontar el futuro como ciudadanos en la sociedad y como cristianos en la Iglesia. Con palabras de Calasanz: “Si desde la infancia, el niño es imbuido diligentemente en la piedad y las letras, ha de esperarse, sin duda alguna, un transcurso feliz de toda su vida”. San José tiene presente a la persona entera, en todas sus dimensiones; y en concreto a los pobres, a los últimos, a los excluidos. En esto va a consistir el servicio rehabilitador de personas y esperanzador para la Iglesia y la sociedad. Funda escuelas populares y gratuitas; “escuelas pías”, es decir, escuelas cristianas y católicas; escuelas donde la misericordia, la compasión y la piedad de Dios, a través de sus servidores, llegan a los pobres sumergidos en la miseria para devolverles la dignidad de personas e hijos de Dios, para sacar de una vía muerta a los excluidos de la sociedad y abrirles a un futuro de vida y esperanza. ¡Es una vocación preciosa, nacida en la casa de la Iglesia, que tanto ha beneficiado a la humanidad! Estas iniciativas tan generosas y sacrificadas certifican la presencia del Espíritu del Señor entre nosotros y el amor del Padre a todos los hombres.
En la escuela católica, que es una oferta de la Iglesia a la sociedad, y a donde los padres consciente y libremente pueden enviar a sus hijos, se unen vitalmente la educación humana y cristiana. El fundamento que unifica y orienta sus trabajos es Dios, la Verdad y el Bien. La fe en Dios debe hacerse anuncio, enseñanza, reflexión, celebración, luz y fuerza en la vida. El ideario propio que caracteriza a la escuela católica debe ambientar y señalar el desenvolvimiento de la misma con naturalidad y holgura. La educación cristiana, si es auténtica, educa siempre para ser buenos ciudadanos, personas honradas, hombres de provecho, cristianos sin presunción orgullosa ni ocultamiento secularizador, miembros activos de la Iglesia y comprometidos con la sociedad justa, libre, respetuosa de la pluralidad y pacífica. Es un espacio social para la elevación cultural, religiosa y cívica. (5)
En la Eucaristía, que es simultáneamente memoria, presencia y promesa del Señor, unimos, queridos hermanos escolapios, vuestro pasado, vuestro presente y vuestro futuro. Aquí recibimos la antorcha encendida de los dones de Dios, aquí somos fortalecidos con el alimento de vida eterna, aquí aprendemos a entrar en el dinamismo del amor y de la entrega de nuestro Señor.
Celebrar la muerte y resurrección de Jesucristo posee una significación particular al recordar a san José de Calasanz, que habiéndose entregado sin reservas en vida, murió saturado su corazón santo de sufrimientos, causados por calumnias, denuncias y vejaciones procedentes de su entorno más cercano. Murió acatando la voluntad misteriosa de Dios, confiándose totalmente a El e invitando a la esperanza y a la constancia. Hizo suyas las palabras de Job: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor” (1,21). El genio de Goya lo pintó desvalido y fiel en el magnífico cuatro “Ultima comunión de san José de Calasanz”; brillan en la pintura tanto su agotamiento humano como la adoración de Dios. Murió en Roma, en la casa de san Pantaleón, el día 25 de agosto de 1648, como trigo sembrado en la tierra de los niños pobres. El murió en la oscuridad; pero Dios rescató la obra de José de Calasanz y fue rehabilitada como carisma del Espíritu en la Iglesia, que siguiendo a Jesús, es hogar y escuela de los pobres. Entre la cruz y la resurrección estamos remitidos a la omnipotencia salvadora de Dios. El nos prueba, pero no nos abandona. La santidad de Jose de Calasanz, acrisolada por la cruz, fue reconocida solemnemente por la Iglesia.
Hoy celebramos la Jornada Mundial de las Misiones con el lema “Dichosos los que creen”. Por la misericordia del Señor estamos arraigados en la fe y podemos participar de la bienaventuranza evangélica (cf. Lc 1,45; Jn 20,29). ¡Que el encuentro con Jesucristo en la fe nos impulse a testificar el Evangelio en nuestro tiempo con sus desafíos, unos peculiares de hoy y otros permanentes! ¡Que la memoria de san José de Calasanz, que hizo brillar el amor de Dios entre los pobres, nos impulse a acoger a los abandonados! ¡Que en medio de nuestros contemporáneos, en apariencia autosuficientes con las cosas y a veces vacíos interiormente, podamos testificar que la mayor pobreza consiste en desconocer a Dios, que es el tesoro más precioso! (cf. Mt 13,44). ¡Creer en Dios es importantísimo, queridos amigos”
Santa María, la Madre del Señor, sobresale entre los pobres de Yavé (cf. Canto del Magníficat) ¡Que nos enseñe a ser pobres y a atender a su Hijo Jesús en los pobres!
Barbastro (Huesca), 21 de octubre de 2007
1 Cf. F. J. Agudo García, San José de Calasanz en: Nuevo Año Cristiano. Agosto, Madrid 2002, p. 558.
Algo parecido le ocurrió a santa Teresa de Jesús Jornet en junio de 1872; el encuentro con D. Pedro Llacera, un sacerdote ejemplar de Barbastro, y con D. Saturnino López Novoa, maestro de capilla de la catedral de Huesca, y la manifestación de sus proyectos sobre la asistencia material y espiritual de los ancianos pobres, encendieron la luz en el espíritu de Teresa. “Esa era, precisamente, la obra que hacía mucho tiempo se estaba gestando en las entrañas cristianas de Teresa. Sus tanteos, inseguridades y búsquedas se transformaron en firme y radiante claridad” (Tomás de Bustos, Santa Teresa de Jesús Jornet, Palencia, 2ª edición, 1992, p. 34).
Cf. Q. Santoloci, Giuseppe Calasanzio, en:Bibliotheca Sanctorum VI, col 1322.
Llamados habitualmente “escolapios”, vocablo formado por la unión de dos palabras masculinizado o feminizado según los casos: Patres Scholarum Piarum.
Cf. Conferencia Episcopal Española, La escuela católica. Oferta de la Iglesia en España para la educación en el siglo XXI, del 27 de abril de 2007.
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