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Wednesday, April 11, 2007

Carta al Presbiterio arquidiocesano (HBarrantes 5 IV 07)

+Mons. Hugo Barrantes Ureña
Arzobispo Metropolitano.
5 de abril del 2007
Queridos sacerdotes:


Quiero saludarlos y felicitarlos con ocasión del Jueves Santo. Hoy nos hemos reunido en torno a la Cátedra Episcopal, como comunidad presbiteral, junto con el Pastor de esta Arquidiócesis de San José, para agradecer el don del sacerdocio en la Iglesia.

  1. 1. Deseo, en primer lugar, siguiendo el sentir de la reciente Exhortación Apostólica Post Sinodal “Sacramentum Caritatis” del Papa Benedicto XVI, recordar la relación entre la Eucaristía y el Sacramento del Orden. No podemos separar ambas realidades. Una exige la otra. La Eucaristía ocupa el centro de nuestro ministerio. El testimonio de cada uno de nosotros, creo que es unánime: cuando se despertó en nuestro corazón el deseo de ser sacerdotes, soñamos a la vez con la posibilidad de celebrar la Eucaristía.

    Es importante recordar que cuando ofrecemos el sacrificio eucarístico estamos actuando en nombre de la Iglesia. No somos dueños, cumplimos un mandato: “haced esto en memoria mía” (Lc. 22, 19). Escuchemos al Papa: “Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice a la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo inoportuno. Recomiendo, por tanto, al clero profundizar siempre en la conciencia del propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia. El sacerdocio, como decía San Agustín, es “amoris officium”, es el oficio del buen pastor, que da la vida por sus ovejas (cf. Jn. 10, 14-15)” ( Sacramentum Caritatis, 23 ). Como podemos ver, una vez más el magisterio de la Iglesia, nos pide, a nosotros los sacerdotes, evitar los abusos en torno a la Eucaristía.

  2. 2. En segundo lugar, quiero referirme a la Pastoral Vocacional. A todos nos debe preocupar la baja en el número de seminaristas que tenemos en el Seminario Central.

    A mayor número de laicos, corresponde contar con un mayor número de sacerdotes. Ninguno de nosotros desconoce la importancia de las vocaciones para la acción pastoral de nuestra Iglesia. Y nos alegramos por el laicado generoso que tiene nuestra Arquidiócesis, pero “no debemos contentarnos fácilmente con la explicación según la cual la escasez de las vocaciones sacerdotales quedaría compensada con el crecimiento del compromiso apostólico de los laicos o que, incluso, sería algo querido por la providencia para favorecer el crecimiento del laicado. Al contrario, cuanto más numerosos son los laicos que quieren vivir con generosidad su vocación bautismal, tanto más necesarias son la presencia y la obra específica de los ministros ordenados. (Juan Pablo II, Discurso a los miembros del Clero Romano, 14 febrero 2002).

    El principal compromiso en favor de las vocaciones es en definitiva la oración: “La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10, 2). “Rogad, pues, al Dueño de la mies", quiere decir también: no podemos "producir" vocaciones; deben venir de Dios. No podemos reclutar personas, como sucede tal vez en otras profesiones, por medio de una propaganda bien pensada, por decirlo así, mediante estrategias adecuadas. La llamada, que parte del corazón de Dios, siempre debe encontrar la senda que lleva al corazón del hombre” (Benedicto XVI, Homilía durante la celebración de la Palabra con los sacerdotes y diáconos permanentes, en Freising, 14 de septiembre de 2006). Hay que orar y orar mucho, pero no como fruto de la resignación, como si pensáramos que ya hemos hecho todo lo posible por las vocaciones, con muy pocos resultados, y que por consiguiente no nos queda más que orar. La oración no es una especie de delegación al Señor para que Él actúe en vez de nosotros. Por el contrario, significa fiarse de él, ponerse en sus manos, y a la vez empeñarnos a fondo en el trabajo por las vocaciones.

    Por otro lado, la oración debe ir acompañada por toda una pastoral que tenga un claro y explícito carácter vocacional. Desde que los niños y jóvenes comienzan a conocer a Dios y a formarse una conciencia moral hay que ayudarles a descubrir que la vida es vocación y que Dios llama a algunos a seguirlo de manera específica en la consagración de sus vidas, en la comunión con él y en la entrega de sí. Por eso, las familias cristianas tienen una grande e insustituible misión y responsabilidad con respecto a las vocaciones, y es preciso ayudarles a corresponder a ellas de manera consciente y generosa.

    Si los niños y los jóvenes ven en nosotros, sacerdotes afanados en cosas superfluas, inclinados al mal humor y al lamento, descuidados en la oración y en las tareas propias de nuestro ministerio, ¿cómo podrán sentirse atraídos a seguir el camino del sacerdocio? Por el contrario, si experimentan en nosotros la alegría de ser ministros de Cristo, la generosidad en el servicio a la Iglesia y el interés por promover el crecimiento humano y espiritual de las personas que se nos han confiado, se sentirán impulsados a preguntarse si esta no puede ser, también para ellos, la «parte mejor» (Lc 10, 42), la elección más hermosa para su joven vida.

Finalmente quisiera encomendar a María santísima, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia y, en particular, Madre de los sacerdotes, nuestra peculiar solicitud por las vocaciones. Le encomendamos de igual modo nuestro camino pascual y, sobre todo, nuestra santificación personal ya que la Iglesia necesita sacerdotes santos para que el mundo no tenga miedo y abra las puertas a Cristo.

Gracias, mis queridos sacerdotes, por su generosa entrega a favor de la causa del Evangelio. Que se consolide cada día más, en cada uno de nosotros, el amor a la Eucaristía y el compromiso a favor de la pastoral vocacional.


Los saluda y bendice,
5 de abril del 2007.
+Mons. Hugo Barrantes Ureña
Arzobispo Metropolitano.

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