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Wednesday, September 29, 2010

Para que estén con Él (P. Aguado 2.VIII.2010)

“…Para que estuvieran con Él y para enviarles a predicar”
Pedro Aguado, Padre General
Ephemerides Calasanctianae
Salutatio septiembre-octubre de 2010

Titulo esta “salutatio” con la segunda parte de la cita evangélica recogida en nuestras Constituciones (C15) y que me sirvió para escribir mi carta anterior, centrada en el desafío de la pastoral vocacional: “Llamó a los que Él quiso para que estuvieran con Él y para enviarles a predicar” (Mc 3, 13-14).

Efectivamente, este pasaje del Evangelio de Marcos recoge de modo sintético, preciso y convocante toda la dinámica propia de la llamada de Jesús a sus discípulos: se expresa con claridad que la llamada es iniciativa de Jesús, y se indica con nitidez el sentido de la llamada: estar con Jesús y ser enviados a la misión.

Quiero escribiros esta reflexión precisamente sobre esto: sobre el sentido de la llamada. ¿A qué somos llamados, los escolapios, en este momento histórico de nuestra Orden? ¿Cuál es la orientación que debemos dar a nuestra respuesta? ¿Qué sentido de fondo, profundo, tiene toda llamada vocacional, y en nuestro caso, la llamada a la vocación escolapia? Quisiera responder, de modo sencillo, teniendo en cuenta las pistas que nos ofrece el Evangelio y los retos fundamentales que tiene nuestra Orden. Somos llamados a “estar con Él”, somos enviados a predicar, pero llamados a hacer estas dos cosas a la vez. Las “y” son muy importantes en nuestra identidad escolapia, hermanos. Pensemos un poco sobre ello.

Creo que en las Escuelas Pías tenemos que abordar de modo más profundo una cuestión que en nuestra vida real, en los diálogos y reflexiones de nuestras comunidades y de nuestros capítulos suele aparecer de modo diverso: el equilibrio entre la dedicación a la misión por una parte, y la vida comunitaria, espiritual y de formación de cada uno de nosotros, por otra.

Pienso que si no se plantea bien, puede llevarnos a conclusiones equivocadas o a una visión no integral de nuestra vocación, y eso nos haría mucho daño. Trataré de explicarme desde el siguiente esquema de pensamiento: debemos comprender y vivir nuestra vocación de modo integral / hay algunas pistas que nos pueden ayudar en esta búsqueda de plenitud / podemos tener comprensiones o vivencias equivocadas de esta visión integral de nuestra vocación / somos llamados a una plenitud vocacional. Estos son los cuatro puntos sobre los que deseo ofreceros mis reflexiones.

1-Nuestra vocación es una respuesta integral a una llamada integral.
Hablar de la vida escolapia como una vida “activa y contemplativa a la vez” o hablar de “ser y hacer” no dejan de ser esquemas que nos sirven sólo si nos ayudan a expresar lo esencial. Siempre necesitamos esquemas desde los que explicar las cosas, pero a veces sucumbimos a la simplificación de todo esquema y acabamos “dividiendo” en vez de “integrando”. ¿O es que la entrega a la misión es sólo hacer y no es una expresión extraordinaria –fundante- de nuestro ser escolapios?

¡Cuidado, hermanos, que no acabemos llamando “ser” a estar en casa o al necesario cuidado de la vida espiritual y “hacer” al trabajo. No sería ni justo ni bueno hacer esta “dicotomía” en nuestra vida. En este sentido, quisiera hacer dos afirmaciones que considero importantes.

A La vocación escolapia se expresa privilegiadamente en una vida personal
Y comunitaria centrada en Jesucristo y entregada a la misión. Todo unido. Cuando no se cuida lo comunitario, cuando se vive descentrado del eje que nos vertebra o cuando no nos entregamos apasionadamente a nuestra misión, no estamos respondiendo como escolapios, como hijos de Calasanz. Cuando estas claves fundamentales las separamos o, peor aún, las oponemos, entonces ya estamos desvirtuando gravemente nuestra propia identidad. Y cuando estas claves las vivimos a medias, sin ese tono vital intenso que nos debiera caracterizar, entonces estamos respondiendo a medias a la llamada de Jesús.

B Debemos reflexionar sobre qué dinamismos nos pueden ayudar
a una vivencia más integral e integradora de nuestra vocación. Sea cual sea nuestra edad o nuestra circunstancia vital o de salud, nuestra vocación puede y debe ser vivida de modo pleno. Me hace pensar que en la última encuesta que hemos hecho en toda la Orden aparece un dato significativo: los escolapios estamos contentos con la vivencia que tenemos de nuestra propia vocación, pero ese nivel de satisfacción va disminuyendo, poco a poco, conforme vamos teniendo años. Si esto es así –y aunque toda encuesta es parcial y relativa- aquí tenemos una “pequeña luz roja” que, a mi juicio, tiene que ver con nuestra necesidad de profundizar mucho más en lo que somos y estamos llamados a vivir. Sobre todo esto pediremos una reflexión especial a todos los secretariados, pues se trata de una cuestión interdisciplinar.

2-Quisiera ofrecer algunas pistas
que nos pueden ayudar a vivir de modo más integral nuestra vocación, sin compartimentos estancos, sin disfunciones existenciales. Afortunadamente, todas las encuestas correlacionan estos cuatro elementos de los que voy a hablaros de modo positivo. Contra los que algunos piensan, la dedicación al trabajo no aleja de la vida espiritual, y viceversa. Jesús no riñe a María por que trabaja mucho, sino porque está “inquieta con tantas cosas”, pero tampoco permite “plantar tres tiendas” a sus discípulos, sino que les dice que hay que bajar a la misión. No les deja que se queden “ahí plantados, mirando al cielo”.

A Profundidad en la vida espiritual.
Quizá siempre ha sido así, pero es bueno que digamos que “hoy más que nunca” somos necesarios como hombres de oración. Los niños y jóvenes, las familias, los educadores de nuestras obras, necesitan vernos como testigos veraces de Jesús y de su Evangelio. Y nosotros mismos, para sostenernos en el día a día, necesitamos llevar una vida espiritual digna de tal nombre, una vida de oración que alimenta permanentemente nuestro espíritu permitiéndonos ser fieles al Espíritu. Las comunidades, las demarcaciones, pueden y deben ofrecer medios y posibilidades para que los escolapios cuidemos nuestra relación con Dios y nuestra oración, pero nada de esto puede sustituir al esfuerzo personal, a la fidelidad de cada uno a la oración personal y común, al tiempo que diaria o semanalmente dedicamos a la Palabra o la intensidad y entrega con la que celebramos la Eucaristía. La oración nos da nuestra propia medida, destierra seguridades puramente humanas y nos prepara así, en humildad y sencillez, a que nos sea comunicada la revelación que se hace únicamente a los pequeños (Lc 10, 21). ¡Hay tantas cosas que podemos hacer! Es importante que los superiores mayores acompañen y cuiden esta dinámica en cada uno de nosotros. Hay muchas maneras de hacerlo: dialogando personalmente con los religiosos sobre su vivencia espiritual, ofreciendo periódicamente libros de interés o artículos que ayuden en este camino, favoreciendo y animando los retiros comunitarios y demarcacionales, proponiendo experiencias que ayuden al religioso a pensar de nuevo las cosas o que provoquen una cierta desinstalación.

B Capacidad de vida comunitaria.
Tres sencillos apuntes en los que creo que debiéramos intentar profundizar un poco:

• No tengo ninguna duda de que uno de los aspectos en los que más debemos trabajar y cuidar es en lo que podríamos llamar “crecer en una estructura personal comunitaria”. Lo “comunitario” debe formar parte central de nuestro ser, debe influir en las razones desde las que actuamos, en las decisiones que tomamos, en la prioridades que nos importan, en cómo distribuimos nuestro tiempo, en cómo rezamos, en general, en cómo vamos configurando nuestra vida. Todos tenemos claro que nuestra identidad personal se va configurando desde algunos ejes centrales en los que creemos y desde los que vivimos. Nuestro “ser comunitario” debe formar parte de esos ejes centrales. Para nosotros, la comunidad no debe ser sólo un estilo de vida, sino un modo de ser.

• Necesitamos definir mejor las claves fundamentales desde las que deseamos construir nuestras comunidades. Esta primera visita a la Orden me ha ayudado mucho a entender la pluralidad desde la que vivimos, y valorar esa pluralidad como un don. Pero también he podido darme cuenta de que el riesgo de la pluralidad está, precisamente, en que acabemos aceptando que “todo vale”. Hemos de saber marcar líneas desde las que debemos impulsar nuestras comunidades, desde las que los responsables de las demarcaciones pueden acompañar y exigir. Por ejemplo, corresponsabilidad de los religiosos, estilo de pobreza, posibilidades de fe compartida, dinámica de formación, capacidad de impulso de la misión, dinamismos de pertenencia a la demarcación y sus prioridades, acogida vocacional, apertura a los laicos, fomento de una identidad religiosa clara, importancia del acompañamiento de las personas en sus procesos y necesidades, ambiente positivo y propositivo desde el que vivimos, etc. De vez en cuando, los superiores mayores deben reunir a los rectores de las comunidades para compartir el trabajo que hacen y para incentivar la capacidad de mejora de nuestra vida comunitaria.

• Finalmente, una tercera sugerencia, inspirada en el texto evangélico. Somos convocados en comunidad para estar con Él. Nuestras comunidades deben crecer más en ese desafío central que tenemos planteado: la centralidad de Jesucristo. La oración común, la eucaristía compartida cuando nos sea posible, los retiros de comunidad, la formación en vida cristiana y religiosa, el ambiente dominante en nuestras casas, el hablarnos unos a otros con palabras de fe, todo esto ayuda a que, en verdad, nuestro estilo de vida transmita a Jesucristo y nos ayude a encontrarnos con Él.

C Cuidado en nuestro propio proceso, para vivirlo en autenticidad.
Con alguna frecuencia recibo cartas o mensajes de escolapios con los que me he encontrado este año y con los que he podido hablar de su vida y proceso. Siempre agradezco estas comunicaciones, porque me sirven para seguir la pista de lo que viven mis hermanos. Y me alegro mucho y doy gracias a Dios cuando las cartas o mensajes “rezuman plenitud”. A modo de ejemplo, os transcribo un párrafo de una de las últimas que he recibido: “Este año ha sido para mí muy intenso, pero todo ha ido muy bien (incluidas las actividades de verano) y sigo con mucha fuerza, alegría y ánimo: cada vez estoy más convencido que lo de ser escolapio es lo mío, tanto que ya no veo en otro sitio... En fin, que yo tampoco "lo dejaré por nada del mundo" y que ahora mismo estoy muy bien”. Como podéis ver, se trata del testimonio de un joven escolapio que me dice que sigue con fuerza, alegría y ánimo. Cada uno de nosotros describimos de una manera diferente nuestra vida, pero todos sabemos si crecemos o no, si nos sentimos caminando o viviendo con falta de vigor o de proceso. Esto es lo central, hermanos. Me gustaría resaltar dos aspectos que me preocupan mucho en todo este asunto.

• El primero, la capacidad que tenemos –o que no tenemos- de ser conscientes de cómo vivimos, de en qué dirección vamos, de cómo nos vamos configurando. En ocasiones nos puede pasar que no nos enteramos, en el fondo, de cómo vamos viviendo. Yo pienso que “andar en verdad” tiene mucho que ver con saber poner nombre a los que nos pasa, a lo que se mueve en nuestro interior, a las líneas desde las que vamos configurando nuestra personalidad. En positivo, éste es uno de los secretos de la formación: saber entender lo que vivimos, saberlo compartir, saberlo discernir desde el evangelio y desde nuestra vocación, y saber dar los giros que son convenientes en nuestro propio proceso. En negativo, nada hay más peligroso que la inconsciencia de nuestras propias inconsistencias. Siempre recuerdo lo que me dijo el obispo que me ordenó, D. José María Cirarda: “para darse cuenta de que uno está mal, tiene que estar bien; y eso es siempre un problema”.

• El segundo, lo importante que es vivir desde un proyecto personal y acompañado. Constato con satisfacción que esta dinámica de elaborar nuestro proyecto personal y de dejarnos acompañar en su desarrollo va creciendo en nuestra Orden. Pero cometeríamos un grave error si pensáramos que esto se una cuestión propia de la formación inicial. O construimos nuestra vida escolapia, y por lo tanto la Orden, desde una vida con proyecto y en acompañamiento, o no saldremos adelante en lo que hoy la Orden pide de nosotros.

D Pasión por la misión, vivida y entregada con dedicación completa.
Hablar de la misión como un simple apartado “d” de una carta es bien poco y bien escaso. Tiempo tendremos de profundizar en todo lo que significa esta dinámica de envío misionero que supone la vocación escolapia. Pero en esta reflexión que os brindo, me quiero centrar sólo lo que significa la vivencia completa y compleja de nuestra vocación. ¿Qué papel juega la misión en este asunto?

La misión es la razón de ser de la Orden y la razón de nuestra decisión de ser escolapios. Somos para la misión. Esto es central y claro en las Escuelas Pías. Por eso mismo, hemos de ser escolapios entregados a nuestra misión, apasionados por ella, de tal modo que no nos consintamos nunca vivirla a medias, no prepararnos adecuadamente para ella o conformarnos con cualquier resultado.

En nuestras Constituciones lo expresamos con exigente claridad: “Entregamos nuestra vida para evangelizar a los niños y a los pobres, de modo que mientras la muerte actúa en nosotros la vida crece en los demás” (C 18)

Cuando en una Comunidad o en una Provincia se apaga o debilita el “celo apostólico” aparece el riesgo de que nos miremos a nosotros mismos y perdamos todo vigor. Pero cuando la causa del Reino de Dios anunciado a los pequeños nos atrapa desde el centro, las dificultades se relativizan, disminuyen los problemas internos y somos más capaces de un proyecto compartido. Es evidente que “la misión infunde entusiasmo y estimula la fidelidad” (VC 78).

3-Podemos tener algunas vivencias parciales o desenfocadas
en este nuestro esfuerzo de vivir nuestra vocación de modo íntegro. Cito algunas con el único afán de poner algún ejemplo que nos ayude a clarificar nuestras ideas.

A No saber valorar adecuadamente la entrega a la misión
de muchos de nuestros escolapios. Por ejemplo, tildar de “activismo” el trabajo intenso por los niños y jóvenes. Esto sólo es activismo cuando es vivido como “válvula de escape” o cuando nos descentra del eje vertebrador de nuestra vocación, que es el seguimiento de Jesús. ¡Ánimo, “activistas centrados y entregados”, que vale la pena dedicar todas nuestras energías a los niños y jóvenes! Pero, por favor, cuidaos desde la vivencia del sentido profundo de vuestra entrega.

B Creer que el cumplimiento estable de los horarios de la comunidad
Es suficiente para una vida escolapia. Bien está, nada hay en contra de este cumplimiento, todo lo contrario. Pero ¿y el resto de las horas del día? También hay que “cumplir”, en todo lo que significa vivir y trabajar como escolapios. La hondura con la que debemos vivir exige de nosotros “algo más”.

C Oponer “comunidad” y “misión”, confundir “comunidad” con “estar en casa”
o “misión con “hacer cosas”, aceptar como bueno un estilo de vida que no nos hace crecer y que no nos cuestiona nada, descuidar nuestra preparación para la misión olvidándonos que quien asume el encargo de enseñar tiene también la obligación de aprender, etc., son algunos de los muchos temas que debiéramos replantearnos para poder vivir de modo más integral nuestra vocación.

D Confundir “entrega” con entretenernos en cosas
que no son ni las más importantes ni las que nuestros jóvenes necesitan. Lo que esperan del escolapio es testimonio de vida, tiempo para escucharles, competencia educativa, responsabilidad en el trabajo, atención pastoral y espiritual, dedicación misionera. No necesitan ni colegas –reales o virtuales-, ni amigos entrados en años ni escolapios que les necesiten a ellos para sentirse bien.

¡Cuánto necesitamos una reflexión, concreta, sobre el papel del escolapio en nuestras obras!

4-Somos llamados a una plenitud vocacional.
Desde nuestra pequeñez, somos llamados a una vocación que, si es vivida en plenitud, poco a poco nos va transformando y nos va haciendo crecer. Del mismo modo que los discípulos tienen que aprender a serlo, también nosotros hemos de aprender a ser escolapios. Siempre me ha hecho reflexionar lo que Jesús le dice a Felipe en Jn 14, 9: “¿Tanto tiempo que estoy con vosotros y aún no me conoces, Felipe?”. Somos escolapios, hermanos, pero nos vamos haciendo escolapios. Hace poco, hablando con un joven que pronto hará su profesión solemne, me decía que seguía teniendo muchas preguntas y muchos desafíos, pero que quería profesar. Yo le dije que me alegraba mucho de las dos cosas, de que estuviera seguro de su vocación y de que tuviera preguntas sobre su vocación. Le dije que al hacer la profesión solemne también hacía un compromiso solemne de seguir buscando. Creo que esa es nuestra vida, y así va a ser siempre.

Pienso en el escolapio anónimo que se acuesta cansado de la misión y en ocasiones preguntándose en dónde ha entregado su energía sin un resultado objetivo que lo explique pero que al día siguiente se levanta y renueva su consagración en la oración o en la Eucaristía. Pienso que este escolapio ha entendido el Evangelio de Aquél que estuvo curando a los enfermos hasta el anochecer pero que de mañana, cuando todavía estaba oscuro, estaba en presencia de Dios, su Padre, renovando su disponibilidad (Mc 1, 34-35).

Os deseo plenitud, hermanos.
Pedro Aguado
Padre General

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