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Sunday, July 13, 2008

Declaración conjunta del Papa Pablo VI y el Patriarca de Constantinopla Atenágoras I

Jerusalén - entrevista del 5 de enero de 1964 [1]

El Patriarca comienza la entrevista en Inglés.

El papa dice:
entiendo el inglés pero no lo hablo fluidamente

Athenágoras:
Entonces hablemos francés.

Pablo VI:
Así será más fácil para mí.... quiero comunicarle toda mi alegría, mi emoción. Verdaderamente pienso que es un momento en que vivimos en presencia de Dios.

A: En presencia de Dios, lo repito

P: Y no tengo otro pensamiento que el de hablar con Dios mientras hablo con Ud. Estoy muy bien, su Santidad.

A: profundamente emocionado. Las lágrimas me vienen a los ojos.

P: Y como es verdaderamente un momento de Dios, hay que vivirlo con toda la intensidad, toda la verdad, todo el deseo de seguir adelante (Athenágoras: .... por los caminos de Dios).

P: ¿Tiene su Santidad alguna idea, algún deseo, al cual yo pudiera corresponder?

A: Tenemos el mismo deseo....

P: Así es, nosotros somos dos caminos que quizás van a encontrarse.

A: Tenemos el mismo deseo. Ni bien leí en los diarios que ud. había decidido visitar este país, inmediatamente se me ocurrió que nos encontrásemos aquí y estaba seguro que recibiría, de su Santidad la respuesta.... (Pablo VI: afirmativa) afirmativa, ya que confío en su Santidad. Yo lo veo, yo lo veo, sin querer adularlo, en los Hechos de los apóstoles, yo lo veo en las Cartas de San Pablo, de quien Ud. toma su nombre, yo lo veo aquí, si yo lo veo.

P: Le hablo como hermano: sepa que tengo la misma confianza en Ud. Pienso que la Providencia lo eligió a Ud. para continuar esta historia.

A: Yo pienso que la Providencia lo eligió a Ud. para abrir el camino de su predecesor.

P: La Providencia nos eligió para que nos entendiésemos.

A: Los siglos lo esperaban, para este día, este gran día... qué alegría... en esta pequeña pieza. Qué alegría había en el Sepulcro, qué alegría había en el Gólgota, qué alegría en el camino que Ud. hizo ayer. [el Vía crucis]

P: Estoy de tal manera rebosante de impresiones que hará falta mucho tiempo para dejar que se calmen (sonrisa) e interpretar toda esta riqueza de emociones que tengo en mi espíritu. Pero quiero aprovechar este momento para expresarle la lealtad absoluta con la cual siempre trataré con Ud.

A: Digo lo mismo.

P: nunca le ocultaré la verdad

A: Siempre tendré confianza.

P: No tengo ningún deseo de decepcionarlo, de abusar de su buena voluntad. No deseo otra cosa que seguir el camino de Dios.

A: Tengo una confianza absoluta en Su Santidad. Absoluta, absoluta. Siempre tendré confianza, siempre estaré de su lado.

P: Para no faltar a merecerla, ahora sepa Su Santidad que rezaré todos los días por Ella y por las intenciones que tenemos en común para el bien de la Iglesia.

A: Dado que tenemos este gran momento, estaremos juntos. Caminaremos juntos.... Ver a Su Santidad, a su Gran Santidad enviada por Dios, sí, el papa de gran corazón. ¿Ud. sabe cómo lo llamo? megalo-kardos, el papa de gran corazón.

P: Nosotros somos pequeños instrumentos

A: Es necesario ver las cosas así.

P: Cuanto más pequeños somos, somos mejores instrumentos, es decir que la acción de Dios debe prevalecer (Athenágoras: prevalecer) y ser la dueña de todas nuestras acciones. Por mi parte, vivo en la docilidad, en el deseo de ser lo más obediente a la voluntad de Dios, y de ser hacia ud. Santidad, hacia sus hermanos, hacia su medio, lo más comprensivo posible.

A: Lo creo, sin pedirlo, lo creo.

P: Yo se que es difícil, yo se que hay dificultades, que hay una psicología pero se también.... (Athenágoras: por ambos lados), que hay una gran rectitud y el deseo de amar a Dios, de servir a la causa de Jesucristo. Es sobre esto que yo tengo confianza.

A: En esto tengo confianza, junto, juntos....

P: No se si es el momento, pero veo lo que haría falta, es decir estudiar (Athenágoras: estudiar) juntos o designar a alguien.

A: Si, de ambos lados.

P: Me gustaría conocer cual es la idea de su Santidad, de su Iglesia sobre la constitución de la Iglesia. Es el primer paso.

A: Seguiremos sus opiniones.

P: Le diré lo que creo, que es lo exacto, lo que deriva del Evangelio y de la voluntad de dios y de la auténtica tradición. Le diré. Si hay puntos que no coinciden con su idea de la constitución de la Iglesia....

A: Lo mismo de mi parte.

P: Discutiremos, buscaremos encontrar la verdad.

A: Lo mismo de nuestra parte y estoy seguro que siempre estaremos juntos.

P: Yo espero, yo pienso, que quizás será más fácil que lo que uno piensa. Hay 2 o 3 puntos de doctrina en los que hemos evolucionado ya que se ha progresado en su estudio y que querría explicar - a su criterio si le parece - a sus teólogos el porqué de esto, sin poner en esto nada de artificial ni accidental sino lo que creemos, es el pensamiento auténtico (Athenágoras: en el amor de Jesucristo). Y otra cosa que parece secundario pero que tiene su importancia: todo lo referente a la disciplina, los honores, las prerrogativas, estoy bien dispuesto a escuchar lo que Su Santidad crea lo mejor.

A: Lo mismo de mi parte

P: Ninguna cuestión de prestigio, de primacía que no sea la que ha sido fijada por Cristo; pero en lo que hace a honores, privilegios, nada de eso. Veamos lo que Cristo nos pide y que cada uno tome su posición pero no con parámetros humanos de prioridad, de elogios, de ventajas, sino de servicio.

A: Cómo me es Ud. querido en lo más profundo de mi corazón....!!



Declaración Conjunta(2)
7 de diciembre de 1965

La declaración conjunta de S. S. Pablo VI y de S. B. el patriarca Atenágoras I fue leída en francés en la sesión pública conciliar del 7 de diciembre y al mismo tiempo en el Fanar – barrio griego - del Patriarcado de Constantinopla.

Llenos de agradecimiento hacia Dios por la gracia que, en su misericordia les otorgó de encontrarse fraternalmente en los sagrados lugares en los que, por la muerte y la resurrección de Cristo, se consumó el misterio de nuestra salvación y por la efusión del Espíritu Santo, nació la Iglesia, el Papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras I, no han olvidado el proyecto que cada uno por su parte concibió en aquella ocasión de no omitir en adelante gesto alguno de los que inspira la caridad y que sean capaces de facilitar el desarrollo de las relaciones fraternales entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa de Constantinopla, inauguradas en esa ocasión. Están persuadidos de que de esta forma responden al llamamiento de la gracia divina que mueve hoy a la Iglesia católica romana y a la Iglesia ortodoxa y a todos los cristianos a superar sus diferencias a fin de ser de nuevo "uno" como el Señor Jesús lo pidió para ellos a su Padre. Entre los obstáculos que entorpecen el desarrollo de estas relaciones fraternales de confianza y estima figura el recuerdo de las decisiones, actos e incidentes penosos que desembocaron en 1054, en la sentencia de excomunión pronunciada contra el patriarca Miguel Cerulario y otras dos personalidades por los legados de la sede romana, presididos por el cardenal Humberto, legados que fueron a su vez objeto de una sentencia análoga por parte del patriarca y el sínodo constantinopolitano.

No se puede hacer que estos acontecimientos no hayan sido lo que fueron en este período particularmente agitado de la historia. Pero hoy, cuando se ha emitido sobre ellos un juicio más sereno y justo, es importante reconocer los excesos con que han sido enturbiados y que han dado lugar ulteriormente a consecuencias que, en la medida en que nos es posible juzgar de ello, superaron las intenciones y previsiones de sus autores, cuyas censuras se referían a las personas en cuestión y no a las Iglesias y no pretendían romper la comunión eclesiástica entre las sedes de Roma y Constantinopla.

Por eso, el Papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras I y su Sínodo, seguros de expresar el deseo común de justicia y el sentimiento unánime de caridad de sus fieles y recordando el precepto del Señor: "Cuando presentas tu ofrenda en el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt. 5, 23-24), declaran de común acuerdo:

a) Lamentar las palabras ofensivas, los reproches infundados y los gestos condenables que de una y otra parte caracterizaron a acompañaron los tristes acontecimientos de aquella época.

b) Lamentar igualmente y borrar de la memoria y de la Iglesia las sentencias de excomunión que les siguieron y cuyo recuerdo actúa hasta nuestros días como un obstáculo al acercamiento en la caridad relegándolas al olvido.

c) Deplorar, finalmente, los lamentables precedentes y los acontecimientos ulteriores que, bajo la influencia de diferentes factores, entre los cuales han contado la incomprensión y la desconfianza mutua, llevaron finalmente a la ruptura efectiva de la comunión eclesiástica.

El Papa Pablo VI y el patriarca Atenágoras I con su Sínodo son conscientes de que este gesto de justicia y perdón recíproco no puede bastar para poner fin a las diferencias antiguas o más recientes que subsisten entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa de Constantinopla y que, por la acción del Espíritu Santo, serán superadas gracias a la purificación de los corazones, al hecho de deplorar los errores históricos y una voluntad eficaz de llegar a una inteligencia y una expresión común de la fe apostólica y de sus exigencias.

Sin embargo, al realizar este gesto, esperan sea grato a Dios, pronto a perdonarnos cuando nos perdonamos los unos a los otros y esperan igualmente que sea apreciado por todo el mundo cristiano, pero sobre todo por el conjunto de la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa, como la expresión de una sincera voluntad común de reconciliación y como una invitación a proseguir con espíritu de confianza, de estima y de caridad mutuas, el diálogo que no lleve con la ayuda de dios a vivir de nuevo para el mayor bien de las almas y el advenimiento del Reino de Dios, en la plena comunión de fe, de concordia fraterna y de vida sacramental que existió entre ellas a lo largo del primer milenio de la vida de la Iglesia.

Notas

[1]. Texto en francés en: Wenger, Antoine, Les trois Rome, Desclée de Brouwer (Paris 1991) 145-147.
[2]. El texto apareció en su versión francesa en «L'Osservatore Romano» del 8 de diciembre de 1965. Puede consultarse también en: Dvornik, Francis, La separación entre Roma y Constantinopla en 1054 y el acontecimiento del 7-XII-1965, en: «Concilium»17 (1966) 484-504.

© Fernando Gil - Ricardo Corleto, 1998-2004
© Pontificia Universidad Católica Argentina, 2004

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